“Mi patria eres tú”, decía John Le Carre en La casa Rusia. Y eso es precisamente lo que piensa este peculiar matrimonio que forman una pareja de espías de alto nivel del MI6 que deben elegir entre la lealtad a su país o a su pareja. Es una decisión difícil porque, cuando la traición es el móvil, ya todo se tambalea. Él es frío. Ella es gélida. Nadie sabe lo que pasa por sus intrincadas mentes. Son dos profesionales sin tacha y van a realizar una serie de movimientos que parecen, cuando menos, sospechosos. A su alrededor, una serie de personajes, compañeros de trabajo, también son candidatos a aparecer como topos infiltrados, dispuestos a vender el más revolucionario sistema de sabotaje tecnológico que se ha inventado y que puede poner en riesgo miles de vidas. La partida ha comenzado. Y el espionaje es sólo un juego.
George es tan calmado que nunca dice una palabra más alta que otra. Llegó a delatar a su padre, hasta ahí llega su lealtad. Y ha caído en sus manos una información explosiva que señala directamente a su esposa como la traidora en la cúpula del espionaje británico. Kathryn es atractiva, aunque siempre tiene una sonrisa cínica que la coloca por encima del pensamiento ajeno. Desempeña su trabajo con una tremenda efectividad. Va y lo hace. Y si debe esconder algo a su marido, lo oculta. No hay ningún problema. Una cosa es el trabajo y otra, la vida conyugal. En el fondo, es la pareja perfecta. Se aman apasionadamente, aunque no lo parezca. Puede que ese sea el único terreno en el que no sean son desmesurados témpanos de hielo. Y eso también despierta no pocas envidias en sus compañeros de profesión. La traición está ahí y hay que descubrirla. La inducción es el arma y lo que es, no es. Lo que parece, sin embargo, sí lo es.
El director Steven Soderbergh se sirve de un inteligente guion de David Koepp para adentrarse con decisión dentro de los terrenos de John Le Carré con este juego continuo en el que se trata de destapar al traidor. Y no cabe ninguna duda que Michael Fassbender da el tipo sobradamente, con elegancia, sin una pequeña arruga en sus camisas, con la mirada absolutamente impersonal que se necesita para jugar una partida de póquer en la que la apuesta siempre es más arriesgada de lo que se puede imaginar. A su lado, Cate Blanchett parece que no está tan cómoda, pero pisa muy fuerte en la composición de su personaje, colocándose justo en la media distancia de la falsedad y del atractivo. El resultado es una película en la que se habla mucho y en la que, en sus diálogos, se destila mucha jerga intrascendente para envolver el núcleo de la trama. No es apta para todos los paladares, pero, si se entra en el juego, acaba por ser una tela de araña atrapante, sin apenas fisuras, destapando las miserias de todos los implicados y sin un ápice de énfasis en sus resoluciones, lo cual también puede llevar a la decepción. No obstante, damas y caballeros, hay que hacerse buenos propósitos y dejarse llevar. El mundo de la información secreta siempre tiene algo de atrayente y es muy difícil salir cuando sigues todos los recovecos del rompecabezas.
Así que más vale que se tomen sus ratos de tranquilidad y, si es necesario, también se dejen tratar en la psicoterapia obligatoria. A veces, sale lo peor de cada uno, y es tentador caer en la trampa de que el culpable es el que está más cerca. Revisen las condiciones, utilicen medios generalistas para hacer sus averiguaciones, ofrezcan una suculenta cena a sus amigos, con el correspondiente vino de excelente cosecha. Lo mismo sale a relucir ciertas miserias que completan la información necesaria para que los traidores salgan de sus guaridas. O, tal vez, no sirva absolutamente para nada más que darse cuenta de que su pareja es lo más preciado que poseen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario