Donald Sutherland: la piel del cocodrilo - Berenjena Company

Banner (no visible)

26 jun 2024

Donald Sutherland: la piel del cocodrilo



Donald Sutherland fue un caso atípico dentro del cine. Actor de un enorme talento, de sólida formación clásica, la mayor parte de su carrera la dedicó a desempeñar papeles secundarios en películas netamente comerciales. Aún así, es un experto ladrón de escenas al ser un hombre de gran intuición natural que se amoldó a la perfección al personaje que interpretaba aunque en muchas, tal vez demasiadas, ocasiones su presencia encalle en producciones que no merecen su nombre en el reparto.


Su particular físico comenzó a destacar como el soldado apático, pero que aporta un toque de humor a los Doce del patíbulo, de Robert Aldrich, pero su nombre fue conocido por todos a partir del éxito sin precedentes que supuso MASH, de Robert Altman, donde compartió cartel con Elliott Gould en una gamberrada antimilitarista (por otro lado, una de las más certeras películas de Altman) donde ambos actores compartían un sano y grueso sentido del humor.


Es porque ello que, quizá, se creyó que Donald Sutherland había nacido para la comedia y se intentó encasillarle en producciones de corte humorístico como podía ser la divertida Empiecen la revolución sin mí, al lado de un actor cómico muy de moda en la época como Gene Wilder, o incluso, su aportación de tanquista empapado de hierba y psicodelia en Los violentos de Kelly, pero Donald Sutherland era mucho más que eso. Lo demostró interpretando al detective privado Klute, de Alan Pakula, un hombre que llega a fascinarse con la prostituta que tiene que vigilar, Jane Fonda. Aunque la fama se la llevó ella, el trabajo de Sutherland es de una pasmosa intensidad introvertida porque la película, aún con su naturaleza nunca escondida de thriller, es de un ritmo inusualmente lento y el actor aguanta extraordinariamente bien planos más largos con una expresividad contenida notable.


A continuación, desempeñó el ¿onírico? papel de Jesucristo en Johnny cogió su fusil, de Dalton Trumbo, un Mesías dominado por una impotencia que, tal vez, le haga un tanto inútil. Quizá, Jesús sólo sea una presencia reconfortante y quimérica en el interior de nuestras mentes o un producto de la imaginación colectiva. Fantástico fue su trabajo en Novecento, de Bernardo Bertolucci, como el brutal fascista Attila, el pederasta hijo de perra que Sutherland, dentro de una impresionante sabiduría, casi presenta como un hombre tierno y al cual nos da pena verle morir para ir descubriéndonos, a medida que se nos revela el pasado, la clase de bestia que era. Su interpretación es de tal calidad que mucho la prefieren al muy notable trabajo de Robert de Niro y de Gerard Depardieu en los papeles protagonistas.


Federico Fellini le reclama para encarnar al gran seductor impenitente Casanova, una película de una desbordante imaginería visual, en la que el director, en una estrecha colaboración con el actor, se aleja del reflejo del mítico donjuán para enseñarnos un ser depravado, desagradable, desprovisto de sentimientos, un deforme moral que Sutherland, con una sana dosis de ironía, nos sugiere como un hombre físicamente dotado de una cara grotesca, pero de un apéndice prodigioso, razón única y última de su inusitado éxito con el sexo contrario.


Con Ha llegado el águila, de John Sturges, Sutherland secunda con brillantez a Michael Caine en una peligrosa misión a cargo de los nazis para asesinar a Winston Churchill, encarnando a un irlandés independentista que ayuda a los alemanes como medio de castigar a los británicos. Si bien el personaje de Caine es mucho más fascinante, el suyo es de una coherencia e ironía encomiables que beneficia a un film que es notable, pero que podría haber sido mucho mejor.


Después de aparecer en la afamada película de John Landis Desmadre a la americana, en un papel que podría haber hecho cualquiera, se atreve a protagonizar la versión de La invasión de los ultracuerpos que Philip Kaufman dirigió en 1978, una interesante revisión del clásico de Don Siegel. También intervino de forma formidable en El primer gran asalto al tren, de Michael Crichton, al lado de Sean Connery, como el hombre de las manos como mariposas, carterista en el Londres del fin de siglo, indispensable para llevar a cabo un golpe perfecto en una película que no esconde su condición de mero entretenimiento de mucha calidad, humor e inteligencia.


Con Operación Isla del Oso, de Don Sharp, se intentó alargar lo máximo posible el filón del gran proveedor de historias de espionaje y acción para el cine de los sesenta y setenta, Alistair MacLean, y el tema estaba ya más que explotado aunque es una muestra de cine para pasar el rato a la sombra, un tanto atrasada, de aquella Estación Polar Cebra, de John Sturges.


Con Gente corriente, de Robert Redford, la cuestión fue muy diferente. Además de hacerse cargo del más ingrato de los personajes, el padre de familia paralizado anímicamente por la muerte de su hijo mayor, es probable que sea uno de los papeles dramáticamente más difíciles de su carrera al entrar en un registro interpretativo deliberadamente neutro con la ímproba tarea de sugerir una interiorización de sentimientos compleja y atormentada sin salida expresiva. Todo un reto para cualquier actor aunque su labor quedase camuflada tras el estupendo trabajo de Timothy Hutton.


Al año siguiente, Sutherland realiza una de sus mejores interpretaciones: el frío espía de El ojo de la aguja, de Richard Marquand. Basada en el best seller de Ken Follett, La isla de las tormentas, el hombre presentado por el actor como un asesino sin escrúpulos es tocado en su fibra más sensible por el amor, un amor condenado al fracaso que le costará la vida, pero que da una enorme dimensión a su personaje. Se habló de una posible nominación al Oscar, pero sólo fue un rumor.


Fue el único que se salvó del fiasco que supuso Revolución, de Hugh Hudson, nuevamente en un papel violento, sin conciencia y tremendamente cruel. A continuación, protagoniza una especie de segunda versión en clave canadiense, de Yo confieso, de Alfred Hitchcock, con el título de Los crímenes del rosario.


Con Una árida estación blanca estuvo brillante, como el resto del reparto, y con una brevísima aparición fue absolutamente genial en JFK, de Oliver Stone, como “X”, el militar sin nombre que revela a Kevin Costner, no sólo la afición de los gobiernos estadounidenses a las operaciones encubiertas, sino una serie de hechos extraños ocurridos en el Pentágono unos días antes de la muerte del presidente Kennedy. Para este pequeño cometido, que tan sólo le ocupó un día de rodaje, se preparó reuniendo información sobre un personaje incógnito durante más de tres meses. Sin duda, uno de los momentos álgidos del espléndido docudrama que pasa por ser la mejor película de Oliver Stone.


Estuvo presente en una película pequeña que pasó totalmente desapercibida titulada El hombre de la estación, que marcó su reencuentro con Julie Christie veinte años después de las atrevidas escenas que hicieron juntos en Amenaza en la sombra, una de sus películas más famosas, poniendo en juego el trauma de la pérdida de un hijo con el sexo y el misterio de la ciudad de Venecia.


También intervino en un papel episódico en Llamaradas, de Ron Howard, compartiendo escenas con Robert de Niro. El papel de pirómano enfermizo, marca el punto más álgido de la historia cuando confiesa que, si fuera por él, quemaría al mundo entero. Sin un gesto de más. Sin un grito. Sólo con su expresividad.


En 1995 protagonizó esa pequeña joya rodada para televisión, pero estrenada en salas comerciales titulada Ciudadano X  con una interpretación medida, ponderada y excepcionalmente ambigua como el jefe de la unidad que atrapó al conocido como “Carnicero de Rostov”.


Después de interpretar a un trasunto del Arthur O´Connell de Anatomía de un asesinato, en Tiempo de matar, una excelente película con un reparto fuera lo común, Sutherland dio vida al más espumoso y burbujeante de los cuatro veteranos tripulantes de una misión espacial en Space cowboys, de Clint Eastwood, un rodaje en el que todos confesaron pasárselo muy bien y en el que Sutherland, con un papel lleno de humor e interpretado tan acertadamente que es imposible no mirarle a él, anula al resto de los compañeros del estupendo reparto.


Lo cierto es que, a pesar de perderse una y otra vez en proyectos de comprobada baja calidad en papeles directamente candidatos al olvido, Sutherland ha resistido con una muy longeva carrera haciéndose con un gran prestigio entre sus compañeros de profesión siendo, tal vez, una cara muy anónima entre el gran público. De ahí que, un tanto lamentablemente, destacaran en diversos informativos televisivos que el fallecido había hecho una película como Los juegos del hambre, como si no hubieran tenido donde escoger para rendirle un homenaje adecuado. No importa. Sutherland, además de la mirada, tenía la dura y hermosa piel de un cocodrilo, capaz de resistir cualquier disparo poco certero. Simplemente, quiso que su trayectoria fuera así, pero nadie ha podido negar que ha sido un actor feroz y único y que compartir río con él, con ese cocodrilo, fue muy peligroso. 


César Bardés

No hay comentarios:

Publicar un comentario

DEJA TU COMENTARIO - Lo estamos esperando...

Post Bottom Ad