Hay lugares en los que parece que la tierra se niega a ser amiga. En ellos, el polvo construye su guarida con el viento, la dureza es la compañera ideal y los hombres se empeñan en que no haya ningún atisbo de bondad. Enterrar a alguien es penoso, pero lo es aún más si, a cada palada, la tierra repite su enfado de sequedad, de antipatía, de ruido de gravilla sin matices. Además de todo eso, las almas malditas de los que quieren despojar de ley al territorio no tienen piedad, ni comprensión, ni descifran nada más que el solitario disparo de bala de indiferencia hacia la vida. En esa zona inhóspita, sin refugio, un hombre con conciencia llega para construir algo parecido a la tranquilidad al lado de una mujer que no esconde su decepción, pero que derrocha valentía y firmeza. No es país para amar.
La guerra estalla, la mujer tiene que defenderse sola porque ese hombre cree que debe luchar por un país que le ha acogido y que debe desterrar la esclavitud de su conciencia. Y es entonces cuando ocurre algo terrible que hace que ese hombre continúe en guerra aunque tenga una razón para seguir adelante. Aplaza la beligerancia. Intenta la integración llevado por su participación en el frente, trata de que haya algo que merezca la pena en ese lugar de nada y odio. Cuando pierde lo que más quiere, seguirá las huellas para librar un último duelo. Luego, sólo quedará el mar. Sólo las olas. Sólo el agua. Solo…
Es una hermosa historia la que cuenta Viggo Mortensen delante y detrás de las cámaras. A pesar de la tristeza de una aventura que es vivir, destila algo de integridad moral que no escapa a su interpretación de hombre que hace lo que tiene que hacer, sin más ataduras que el cariño. Los sentimientos, en ese mar de polvo, no tienen cabida y él no los muestra, pero, en todo momento, sabemos que los tiene. Al final, parece que quiere remitirnos a Los cuatrocientos golpes, de François Truffaut, con una mirada de esperanza hacia un horizonte que parece no tener final aunque sí atardecer. En algunos pasajes, la película languidece, con una lentitud algo forzada y se echa de menos un poco más de pulso narrativo, de energía, de puño en la mesa y cambio de tambor en el revólver. No hay ninguna duda de que su interpretación, introvertida y sugerente, es uno de los principales haberes de esta historia junto a la poderosa presencia de Vicky Krieps, que otorga el contrapunto de mujer fuerte y, a la vez, sin renunciar a la dulzura. Excelente también Danny Huston en las pocas escenas en las que aparece, escondiendo detrás de la mirada terceras intenciones. Lo cierto es que no es despreciable nada de lo que se ve, pero necesita algo más de brío.
Más allá de todo eso, hay que detenerse en el retorcimiento de algunas actitudes que hacen que esa áspera tierra que se erige también como protagonista, sea mucho más dura y difícil de lo que ya espeta en las suelas de las botas desgastadas. Más vale dejarlo todo para que el cambio sea completo porque hay vidas que se merecen nuevos comienzos. Si no, el camino de la supervivencia se va a hacer demasiado largo y complicado. El fin del mundo está allí, más allá de las montañas, mucho más allá de los estampidos provocados por los rifles e infinitamente más lejos que las horcas arbitrarias que balancean los cuerpos como avisando de que es mejor no visitar determinados parajes de muerte y desolación. En la profunda mirada de Mortensen encontramos al hombre que nunca pierde la esperanza aunque conozca sobradamente la decepción y el sufrimiento. En los decididos ojos de Vicky Krieps hallamos todas las razones para levantarse al día siguiente para empezar de nuevo. A veces, merece mucho la pena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario