El crucero de la revolución (El triángulo de la tristeza) - Berenjena Company

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19 feb 2023

El crucero de la revolución (El triángulo de la tristeza)



Es necesario relajar esos ceños fruncidos. A eso se aplica esta historia aunque juegue con cosas que no dejan de ser serias. Por ejemplo, la revolución de la clase obrera que, al ejercer el poder, se niega a perderlo aunque ello signifique la supervivencia y el regreso a una aparente normalidad de ricos y pobres. O, también, el estúpido afán por complacer a los que tienen el bolsillo repleto dándoles la razón hasta cuando no la tienen. O, incluso, esa absurda ambición masculina por plantear una polémica que no va a ser entendida por la pareja ni en sueños. Sueños…eso sí puede ser serio. Sobre todo, si residen en la cartera llena y en la total falta de escrúpulos del ser humano, sea de arriba o de abajo.


Así que ahí se mueven una serie de personajes a bordo de un yate de lujo que tienen que sufrir una noche de aúpa porque coincide la tradicional cena del capitán con una marejada de hace que se remuevan los hígados hasta ver la luz. Están tan ocupados con sus cosas del correr hacia arriba y hacia abajo tratando de encontrar un momento de paz para el estómago que apenas pueden darse cuenta de que la desgracia va a ocurrir muy en serio y que la estupidez congénita hace que pasen necesidades cuando están en un lugar que tiene de todo. Mientras tanto, pues derivamos un poco desde Titanic a El señor de las moscas, y de este modo, llegamos a la seguridad de que no hay remedio para tanta estulticia y que, a pesar de todo, sólo nos queda relajar ese ceñito fruncido que se ha instalado de forma permanente en nuestras actitudes y nuestras reacciones.


Difícil y extraña película de Ruben Östlund que oscila entre el rechazo y la carcajada gamberra. Más que nada porque toca esos temas delicados con el fin de reírse de todos ellos (“la diferencia entre un comunista y un capitalista es que un comunista lee a Marx y a Engels y un capitalista comprende a Marx y a Engels”), le añade una pizca de instinto destructivo, le pone a todo unas cuantas copas de escatología supuestamente graciosa y ya tenemos la película graciosa, incómoda, procedente de lugares muy fríos, que encantará a unos cuantos críticos de cine, agradará a los que están deseando prender una mecha para que todo se vaya al fondo del mar y espantará a los que creen que van a ver una película bonita y con sentido del humor tradicional. Lo cierto es que, si entras en el juego que propone Östlund, no se pasa mal, aunque tiene un pasaje bastante largo que no hace más que subrayar lo que quiere decir y que se lo podría haber ahorrado para hacer una película algo más corta que esos 159 minutos que pesan como si fuera un venerable traficante de armas.


Dentro de su originalidad, también hay instantes de vomitiva simpleza, algo que suele afectar a bastantes creadores que creen haber descubierto las ostras con caviar ruso e, incluso, a su favor hay que señalar que Östlund reparte leña hacia todos porque, al fin y al cabo, nuestra condición humana, corrupta, fiera y de ventaja, nos une. Y, por supuesto, también se guarda un par de carcajadas crueles hacia aquellos burgueses que tratan de bajar escalones para hacer lo que sí sabe llevar a cabo un proletario. En este crucero de la revolución, hay petardos hasta para las supuestas charlas motivacionales de cualquier equipo, la bobada continua del mundo de la moda (deslizando que, en ese terreno, no hay igualdad salarial con las mujeres) y la erótica del poder que es más sensual que cualquier otra cosa que podamos imaginar. No todo se puede comprar con dinero, pero sí es mucho más fácil si se tiene. Y eso sí que encrespa esos ceños fruncidos que tanto gritan cuando quieren, sencillamente, es ser parte de aquello mismo que critican.


César Bardés

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