Los cadáveres que se dejan atrás (Babylon) - Berenjena Company

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22 ene 2023

Los cadáveres que se dejan atrás (Babylon)



En el Hollywood desenfrenado de los años veinte proliferaron orgías casi imposibles de imaginar, drogas que se esparcían por cualquier mansión de cierta alcurnia, oportunidades que pasaban volando y que alguno agarraba y, también, declives imparables que terminaban tristemente en la soledad de unos azulejos blancos. Babilonia revisitada en una bacanal en la que se juntaba la ambición, el sexo, la depravación, el vicio, la mentira, la más cruel de las verdades y el asesinato bajo el móvil del desquicie. El cine estaba encontrando su lenguaje mientras las personas que lo hacían caminaban inexorablemente hacia la consumición y los más bajos instintos.


En medio de toda esa fiesta salvaje, es reconocible el error de Roscoe Fatty Arbuckle, o la irrupción de Irving Thalberg dentro del elenco de reconocidos productores con visión de futuro, o la referencia casi continua a Cantando bajo la lluvia como la película que mejor ha reflejado el traumático tránsito del mudo al sonoro en esa tierra prometida de leche y miel. Mientras tanto, un actor que ha tenido grandes éxitos se va hundiendo como si fuera una balsa pinchada en un lago, una chica sin formación y sin demasiado seso demuestra que ha nacido para ser actriz, un mexicano observa y se emplea a fondo para que el sueño se haga realidad y las películas cambian bajo la mirada de directores como Erich Von Stroheim mientras es necesario un descenso real hacia los infiernos para que la huida tome forma y el sueño se evapore.


Lo malo de todo esto es que el director Damien Chazelle ha creído que estaba haciendo una genialidad con este retrato pasado de rosca del Hollywood más frívolo y no es más que un intento chabacano de contar algo parecido a lo que ya hizo hace pocos años The artist, de Michael Hazanavicius de manera mucho más elegante y mucho menos evidente. Chazelle cuenta con un buen reparto en el que destaca, por encima de todos, esa aspirante a actriz que encarna Margot Robbie con fuerza, con empuje y con desvarío casi continuo mientras Brad Pitt se muestra discreto en el intento de emular a un actor que recuerda vagamente a John Barrymore. El resto es como si a Chazelle le importara menos contar la historia que mostrar el fresco desquiciado de aquellos años de fiestas locas sin freno, de sexo desinhibido, de alcohol de quemar y de todos los intentos por superar los complejos de un arte que aún estaba dando sus primeros pasos y ya quería compararse con el teatro y ganar prestigio a marchas forzadas.


Con el Hollywood Babylon, de Kenneth Anger en la memoria, con el inefable recuerdo del elefante de David Wark Griffith en Intolerancia, con William Randolph Hearst y Marion Davies en el recuerdo celebrando estiradas recepciones multitudinarias y con el error evidente por parte de Chazelle de utilizar la banda sonora de su amigo Justin Hurwitz, cuyas canciones ya empiezan a ser demasiado iguales, antes que salpicar toda la historia del jazz de una época que destacó por su creatividad, caminamos hacia las trampas de los actores para ganar notoriedad, hacia las ansiedades de los productores para rentabilizar lo antes posible sus millonarias inversiones, hacia la carencia de materiales, hacia los excesos impensables de un buen puñado de personas que no sabía qué hacer con la fama. Babylon no es más que una historia deslavazada que insiste en las obsesiones de Chazelle sobre lo que podría haber sido y no fue y que, sin embargo, aún tuvo la suficiente fuerza como para hacer que la realidad se convirtiera en el más ideal de los sueños. No es una gran película. Lo malo es que lo pretende.


César Bardés

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