... Y el tiempo se detuvo (Modelo 77) - Berenjena Company

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24 sept 2022

... Y el tiempo se detuvo (Modelo 77)



En una época de indecisión en la que un país todavía no tenía ni idea de hacia dónde podía dirigir sus pasos, en el que había demasiadas anclas enterradas en una época oscura donde se dio poder a unos cuantos funcionarios públicos que lo ejercieron con crueldad, como jueces, magistrados, policías y funcionarios de prisiones, siempre se olvidan a los colectivos más marginales, a aquellos que parece que no existen aunque estuvieran encerrados en esas cárceles grises de desagradable recuerdo. Desangeladas y amarillentas, con mucho ladrillo visto y poca vida sentida, ahora pueden ser monumentos para recordar de que hay muchas cosas que nunca debieron ocurrir.


Y es que, en esa época precisamente, parece que el tiempo se detuvo. No había mucho futuro porque, prácticamente, se desconocía la palabra. Y todo había que lucharlo porque se necesitan altavoces para hacer saber cuáles eran las necesidades después de cuarenta años de silencio y de represión. Es cierto que se decretó una amnistía para los presos políticos, y que nunca se hizo lo mismo con los presos comunes. Era justo no encarcelar a nadie por sus ideas. Y también era justo una revisión profunda del sistema penitenciario y de la ley penal para adecuar los delitos a las condenas. No se puede juzgar igual dentro de un régimen represivo que en democracia, aunque fuera una palabra que no tuviera ningún significado intrínseco para muchos.


Siendo muy pequeño, recuerdo que, no sé por qué, un día estuvimos con la familia en los alrededores de la cárcel de Carabanchel. Mis tíos vivían por la zona y yo me planté, llevado por la curiosidad de mis cinco o seis años al pie de uno de sus muros. Quise atisbar lo que había al otro lado, lo que, por otra parte, era del todo imposible, pero sí pude ver entre las rejas de una ventana minúscula unos brazos que asomaban con tranquilidad como si estuvieran tomando el sol. No sé por qué, aquella imagen se me quedó grabada. Y también recuerdo cómo, de alguna manera inexplicable, volví triste a casa. 


El tándem formado por Alberto Rodríguez y Rafael Cobos vuelve a sorprendernos con esta película que, más que un drama carcelario, se erige como una historia de trasfondo social ligeramente apuntada hacia la post verdad. Desde luego, hay que destacar el trabajo de Javier Gutiérrez, preso resabiado y al borde de la decepción, y el de Miguel Herrán, un chico que está madurando con un físico muy interesante y con un sorprendente dominio de miradas. La película tiene momentos brillantes, otros no tanto, en algún pasaje es ligeramente cansina y no concede demasiados respiros al espectador. Por supuesto, con habilidad, Rodríguez y Cobos deslizan homenajes muy sugeridos a otros clásicos del tema como La evasión, de Jacques Becker; o El hombre de Alcatraz, de John Frankenheimer; o, incluso, Cadena perpetua, de Frank Darabont, o Un condenado a muerte se ha escapado, de Robert Bresson. El resultado final es aceptable, pero no impresionante. Y podría haberlo sido.


Entre sus virtudes, sin duda, habría que destacar que los presos, que en algún momento parecen todos buenas personas, también ejercen su código de justicia particular que lleva al traste algunos de sus planes colectivos, restándoles fuerza y no dejando toda la responsabilidad en la formación de una democracia que, como todas, nació imperfecta, que aún arrastra muchos errores, pero que, de alguna manera, también devolvió mucha ilusión en unos días en los que el tiempo se detuvo. Para los presos. Para los ciudadanos. Para todos.


César Bardés

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