Con las uñas afiladas (Jurassic World: Dominion) - Berenjena Company

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11 jun 2022

Con las uñas afiladas (Jurassic World: Dominion)



La propia experiencia nos debe avisar de que, cuando se produce un desequilibrio en la convivencia entre los habitantes de este bendito planeta, siempre habrá unos cuantos que traten de sacar provecho a costa, incluso, de la creación de más problemas. No podía ser menos si ese desequilibrio se causa porque las criaturas del cretácico se han convertido en habituales entre las flora y la fauna y que los humanos deben aprender a coexistir con ellas. Algo difícil, teniendo en cuenta que es una especie que se situaría por encima en la cadena alimentaria.


El caso es que no puede faltar ese nuevo Bill Gates de turno que desarrolle una especie de langosta que acabe con todas las cosechas del mundo. Hambruna, guerras, desaparición del ser humano y, por supuesto, la supremacía de una determinada clase social. Menos mal que, en su insaciable búsqueda de la genética menos provechosa para la raza humana, siempre están los héroes especializados en la lucha contra los dinosaurios, de antes y de ahora. Así que se prepare el individuo en cuestión que va a recibir hasta en el chip. 


Uno de los problemas que tiene esta última entrega de la saga de Jurassic World es que es una película que no tiene demasiada alma. Algo que sorprende, habida cuenta de que la primera parte sí que conservaba cierto espíritu y que la mejor dirigida de todas es la que hizo nuestro J. A. Bayona. La resolución es floja, tiene algún momento de acción interesante, se muestra todo el catálogo de bestias antediluvianas, desde Dilophosaurus hasta Giganotosaurus y ni siquiera posee ese necesario sabor a nostalgia cuando aparecen Sam Neill, Laura Dern y Jeff Goldblum. Por otro lado, no cabe duda de que Chris Pratt, por físico y condiciones, es un eficaz héroe de acción, pero contrasta notablemente con una producción que no ha apostado a fondo por los gráficos de ordenador y, en alguna que otra escena, cantan hasta debajo de la ducha, con errores tan evidentes como no respetar el punto de referencia de la mirada de los actores en determinados momentos. Aparte de todo eso, la trama, en el intento de desenlace, es débil, olvidable, no demasiado comprensible y funciona más como excusa que como objeto. 


Así que, sin duda, habrá aplausos al terminar porque la acción es muy agradecida, con muchos dientes afilados, con muchas uñas como cuchillos, con alguna que otra repetición e, incluso, con alguna resolución largamente esperada. No falta el cinismo perplejo de Ian Malcolm, o el aura aventurera de Alan Grant, o la terca perseverancia de la doctora Ellie Sadler y homenajes a títulos míticos como El resplandor, de Kubrick; Apocalypse now, de Coppola; o, con el afán de contentar al jefe, a la saga de Indiana Jones. Te entretiene a ratos, a pesar de ser la peor dirigida, la peor realizada y la peor explicada. Y el aliento de los dinosaurios se siente en el cogote cual bengala para distraer su díscola mirada. Para el espectador poco exigente o de corta edad, será más que suficiente. Para el avezado, será una más que podría haber sido una menos. Para el inapetente, no despertará ninguna simpatía. De todas formas, es algo que suele pasar cuando se agota una fórmula más que sobada. Las uñas, por muy afiladas que estén, se desgastan en su roce continuo contra las paredes. Y aquí hay piedras muy arañadas que se hallan muy lejos de aquel estreno que maravilló al mundo en 1993 con el título de Parque jurásico y que nos dejó a todos con la boca y los ojos bien abiertos.


César Bardés

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