Federico y el pozo de las ilusiones - Berenjena Company

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12 abr 2022

Federico y el pozo de las ilusiones


La luz asoma por la rendija de la alcantarilla, la estancia se va tornando cada vez más oscura y aparece el autor, emergiendo de las profundidades de su obra, de las arenas donde se encuentra lo que no halla el favor del público. Ha ido a bucear, a experimentar, a vivir, a soñar, a ilusionarse... porque con lo "otro" cuenta con el favor del público, con los vítores, con los aplausos pero dentro de sí hay un espacio hueco. Ahí es donde apila todo lo que le da esa parte de su obra que no es tan universal, que no todo el mundo comprende. Por eso, de vez en cuando, el literato se alza por ese pozo de las ilusiones para que se le vea, para que el público note que está ahí, que no se ha ido, que es el mismo de siempre, lo que pasa que a él no siempre le gusta hacer lo mismo. Las arenas movedizas de la obra de Federico García Lorca de la que tantos hablan y tan pocos comprenden, quizás porque tampoco han sabido leerla. Tranquilos, él se encargará de aclarar la cosa... El autor sale del pozo, y con él la luz de la luna resplandeciente y el surrealismo y el absurdo... Demasiado para una sociedad que en esos años se envuelve en las sombras de una negra realidad que eso sí, plantará el absurdo en las vidas de la gente de la forma más cruel...


Algo hay de dualidad hamletiana en la figura literaria de Federico García Lorca. Escribía lo que le daba fama y dinero, lo que el público quería, pero él deseaba centrarse en ese otro teatro imposible (Así que pasen cinco años, Comedia sin título, El público) que tan querido y cercano le era por gustos, por influencias y por aprendizajes. Esa disyuntiva profesional también se trasladó a su experiencia vital. Por eso, hay que enterrarse en la arena de ese teatro con Federico y así entenderemos su forma de vivir, de pensar y de actuar. Y todo ello hay que hacerlo de la mano de José Moreno Arenas, dramaturgo granadino que se ha llevado más de tres años indagando, investigando, aprendiendo de Federico y de su teatro para, con una obra de teatro que ya casi es una tesis doctoral sobre el escritor de Fuente Vaqueros, hacer callar a más de un experto y bajar a Lorca del pedestal. Federico, en carne viva es la obra parida tras ese proceso inmersivo en el que Moreno Arenas se ha empeñado para arrojar más luz y menos mitología a la figura imponente de Lorca. Y con un texto fantástico, construido a modo de diálogo imposible pero veraz entre Margarita Xirgú y Federico, este último se abre en canal al público para dar a conocer sus verdaderas motivaciones, sus miedos, sus anhelos, sus cariños y sus desvelos. Asistimos al proceso de deconstrucción de un mito pero sin lugar a dudas, Moreno Arenas aporta datos fundamentales para la cuadratura del círculo lorquiano, despojando al hombre y escritor de toda parafernalia inane para centrarse en la gigantesca figura de un titán del teatro que sin embargo, era valorado por el teatro menos arriesgado que publicaba. Y en el transcurso, reímos con él pero sufrimos y le acompañamos en ese desempeño vital y artístico en el que se afana por amor. Amor al teatro y amor a la persona indicada.


Federico, en carne viva se ha convertido de nuevo (ya hubo una anterior versión hace unos años) en montaje teatral gracias a la producción de Karma Teatro, a la labor de dirección de Miguel Cegarra y a las actuaciones de José Carlos Pérez Moreno en el papel de Federico, Ana Ibáñez como Margarita Xirgú, Rosana Barranco como Bernarda y Marina Miranda interpretando a María Josefa y Buster Keaton. Una apuesta arriesgada como texto por parte de José Moreno Arenas que ha devenido en un montaje austero en presencia escénica pero que resulta efectivo gracias a una dramaturgia solvente con momentos primorosos como ese final donde aparece la figura de Buster Keaton en una escena que hace revisar por completo lo vivido en la hora y media anterior. El uso de ciertos elementos escénicos y la iluminación se convierten en "personajes" al narrarnos estados de ánimo, momentos de tristeza, de zozobra, de alegría de un Federico interpretado con pasión y con la sapiencia de saber dar matices a cada gesto, a cada mirada. Nada sobra en un montaje que cuenta también con estupendas interpretaciones de Ana Ibáñez como una Margarita que consuela, acompaña, razona y comprende a Federico, una Rosana Barranco que desde el patio de butacas amenaza el mundo de Federico desde el propio mundo interior del autor, que sin embargo se rebela ante las imposiciones, y una Marina Miranda que en su doblete se convierte en azuzadora de conciencias y faro iluminador del proceso creativo y de, lo que es más importante, la VERDAD (así en mayúsculas). La verdad del autor ante su obra, la verdad que ahora es sabida y cercana, la verdad ante los retos que presenta su vida y su muerte (no solo la física, sino también la literaria)... y por último, la verdad a la que asiste el público, que ya conoce cuáles son las ilusiones de Lorca. Pero, ¿se pueden vivir de ilusiones?


En definitiva, nos encontramos ante una magnum opus que desde ya está insertada en toda la literatura que sobre Lorca se ha vertido en los últimos 40 años. Una obra de teatro convertida en acontecimiento que busca ir más allá, busca atreverse donde otras solo se quedan en la superficie. Federico, en carne viva se sumerge en la arena, bucea hasta encontrar la luz de la ilusión. Ahí es donde está Lorca, ahí es donde no hallaremos al mito. Ahí encontraremos al autor.


Texto y fotos: @MigueBolanos

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