Entre melocotones (Alcarrás) - Berenjena Company

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30 abr 2022

Entre melocotones (Alcarrás)



Las viejas deudas acaban saldándose con los saltos generacionales. En algún momento, todo se pactó de palabra, con un simple estrechón de manos y ya no queda constancia documental de una propiedad que debió ser para quien la trabajaba y la mantenía. El sol sigue regalando sus rayos de vida, el agua se desliza para que los melocotones luzcan y estén listos para ser recogidos. Y las excavadores se llevan todo por delante, incluso una nave espacial que, en la imaginación de los niños, está a punto de irse a pique por falta de combustible.


En las miradas, hay un cierto aire de decepción. Como si el esfuerzo hasta la extenuación no hubiera servido para nada a través de los años. Los días pasan y los melocotoneros parecen gritar con su fruto que aún les queda mucho por dar. Y en una familia siempre existe la rencilla, el rencor porque no se hace lo que se espera, la exigencia que se deriva de la frustración, el eterno ojeo perdido tratando de encontrar dónde estuvo el error. Al final, el progreso acabará también con las cosas de comer.


Carla Simón, ganadora del Oso de Oro del último Festival de Berlín, realiza esta película a través del neorrealismo más puro, dejando que la vida transcurra entre los resquicios de esta familia compuesta por actores no profesionales que dan un aire de veracidad a la última cosecha. Por un lado, el padre, amargado, deslomado de tanto trabajar y de tanto arrancar a la tierra cicatera sus frutos mientras siempre tiene el improperio como coletilla. Por otro, la madre, siempre contenida, tratando de embalsar la frustración que se va acumulando y que teme que se desborde. El abuelo, prisionero de los errores de aquellos supuestos pactos entre caballeros que se hicieron cuando la legalidad se basaba en una simple palabra. El cuñado, oportunista que trata de sacar provecho de la situación. El hijo mayor, que trata de arañar el orgullo paterno cuando ya sólo quedan lágrimas de impotencia. Y que, como tantos otros, tratan de ahogar su rabia entre la hierba y el alcohol. La hija mediana, con un pie aún en la infancia y otro en la adolescencia, comprobando de primera mano que el mundo de los adultos es un campo de batalla. La hija pequeña, pura inocencia y juego, ajena a todo y, a la vez, imbricada en un campo que se presenta como una enorme juguetería. Simón, con estos personajes muy bien trazados, se sitúa justo en medio de Vittorio de Sica con su mirada hacia los desfavorecidos, y de John Cassavettes, más pendiente de las reacciones que de las propias acciones. El resultado es una película sentida, homenaje a la gente que vive de la agricultura en un sector que se muere sin remedio, con sus pasiones y sus defectos, con sus debilidades y, también, con alguna que otra fortaleza. Una historia que no tiene historia salvo el de la propia existencia en un verano cualquiera de calor y cosecha.


De este modo, se siente la suavidad de las sábanas frescas en las abrasadoras tardes de estío mientras que todo es rutina con la seguridad de que los melocotoneros deberán decir adiós con el último ruido de su arpa de hierba. Las plagas de conejos son un enemigo más contra el que luchar y sólo las lágrimas servirán de consuelo cuando todo parece salir mal y la lucha social se estrella ante la indiferencia de una pancarta o de un cajón de fruta derramada y aplastada. En esas ocasiones, cuando lo íntimo se convierte en razón de todos, es cuando la derrota se convierte en grito y sólo queda asistir, con una leve negación de cabeza, al arrasamiento de lo que se trató con tanto cariño para poder dar lo mejor. La vida en un surco. El surco en la tierra. La tierra sin fruto.


César Bardés

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