Sidney Poitier: el prejuicio por los aires - Berenjena Company

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7 ene 2022

Sidney Poitier: el prejuicio por los aires



Sidney Poitier era todo un héroe en Hollywood. Poco a poco, como el viento desgastando las rocas, ha ido limando los prejuicios que la industria tenía contra los actores de color. Con él, no estuvieron sólo limitados a hacer papeles de comparsa más o menos pintorescos, dejando de tener el típico acento criollo y dando vida a una buena cantidad de personajes en los cuales, si bien el color de su piel no dejaba de tener importancia, se destacaban en su condición de hombres a secas, que desempeñaban trabajos hasta ese momento reservados únicamente a los blancos y cobrando, no sólo protagonismo, sino también manteniéndose como tal al paso de los años y siendo el primer actor de raza negra en ganar un Oscar en un papel principal.


Evolucionó de interesantes trabajos en su juventud (con tan sólo 26 años ya aparecía en la estupenda Un rayo de luz, de Joseph L. Mankiewicz y, de esta época, se pueden destacar sendos trabajos para Richard Brooks como Semilla de maldad y Sangre sobre la tierra, así como Donde la ciudad termina, de Martin Ritt) hacia papeles adultos de admirable eficacia cuyo punto de partida podría ser Fugitivos, de Stanley Kramer para pasar, luego, a interpretar el principal papel de la ópera negra Porgy y Bess, de Otto Preminger (donde fue doblado en las canciones), el drama jazzístico Un día volveré, de Martin Ritt, haciendo sombra al mismísimo Paul Newman y, por fin, la consagración total con el Oscar al mejor actor con apenas veintinueve años de edad en Los lirios del valle, de Ralph Nelson.


Su carrera, a partir de aquí, prosigue con algún que otro titubeo como, por ejemplo, Los invasores, de Jack Cardiff y algún trabajo realmente sorprendente como la conciencia del capitán de un barco que persigue obsesivamente a un submarino soviético en la excelente Estado de alarma (Incidente en el Bedford), de James Harris.


Quizá la segunda mitad de la década de los sesenta fuera la más brillante de su carrera. Ahí está el taquillazo que supuso Rebelión en las aulas, de James Clavell, versión inconfesa y mucho más blanda de Semilla de maldad y un producto muy propio de la época del swinging London para, luego, pasar al que es, con toda probabilidad, el mejor papel de su carrera: el inspector Virgil Tibbs de En el calor de la noche, de Norman Jewison, interesantísima película sobre la investigación de un crimen en una típica ciudad racista del sur de los Estados Unidos. Su trabajo dando vida a un hombre que se muestra como mucho más inteligente que cualquiera de los blancos es fascinante (no sólo lo es, sino que se empeña en demostrarlo), con un personaje orgulloso, competente, salvajemente sospechoso por el mero hecho del color de su piel, es uno de los grandes papeles de la Historia del cine. De hecho, podemos quedarnos con ganas de saber de ese cerebral inspector obligado a colaborar con gente que le desprecia y, sabedor de ello, Poitier retomó el personaje en dos ocasiones aunque con resultados algo descoloridos en las secuelas Ahora me llaman señor Tibbs, de Gordon Douglas, y El inspector Tibbs contra la Organización, de Don Medford, la más inferior de las tres.


La siguiente película a En el calor de la noche fue otra muestra de su enorme talento. Adivina quién viene esta noche, de Stanley Kramer, una película en la que lo fácil sería fomentar la polémica desde su personaje, pero que él convierte, sin apenas esfuerzo, en un hombre tranquilo, seguro de lo que quiere, buen entendedor de los problemas que esperan a su unión con una chica blanca, que se pone literalmente en las manos de los padres de ella (maravillosos Tracy y Hepburn), menos liberales de lo que presumen y que intenta apaciguar los exaltados ánimos de sus propios padres como signo evidente de la esperanza que guarda la nueva generación de jóvenes blancos y de color que deben olvidar sus antiguos prejuicios y radicalismos.


A partir de aquí, su carrera bandeó un tanto de un lado a otro. Pasó del notable melodrama Un hombre para Ivy, de Delbert Mann, donde compartió cartel con la gran dama del jazz Abbey Lincoln, a la olvidable El hombre perdido, de Robert Alan Arthur, un reputado guionista y productor mal pasado a la dirección. Después de intervenir en uno de los mejores documentales que se hayan rodado, King: a filmed record…Montgomery to Memphis, dirigido al alimón por Joseph L. Mankiewicz y Sidney Lumet, prueba suerte en el terreno de la dirección revelándose como un realizador sin demasiado talento, con muy poco interés a pesar de entregarse a esa faceta casi ininterrumpidamente durante nueve años en ocho películas de las que sólo cabe destacar, por decir alguna, el melodrama Un cálido diciembre. Ni siquiera su asociación con Bill Cosby en Dos tramposos con suerte y Traces funcionó y acabó dándose cuenta de que la dirección de películas no era lo suyo.


Entre medias, sólo rodó una película a las órdenes de otro director, La conspiración, de Ralph Nelson, en principio un interesante argumento que le unió a Michael Caine en un relato sobre una huida en medio de la Sudáfrica del apartheid lastrada por una dirección algo endeble que prefiere narrar la aventura en sí misma en lugar de realizar un retrato apasionante de un régimen encerrado en sí mismo y totalmente condenable en una época en la que el resto del mundo miraba hacia otro lado.


Después de su segundo matrimonio con la actriz blanca Joanna Shimkus y tener una prolífica descendencia, Sidney Poitier, al final de su carrera, decidió no complicarse demasiado la vida e intervenir en tres películas. Dos de ellas muy intrascendentes e, incluso, mediocres, como Espías sin identidad, de Richard Benjamin, y Dispara a matar, de Roger Spottiswoode, y una con cierta entidad al compartir cartel con un reparto de categoría encabezado por Robert Redford en Sneakers (Los fisgones), de Phil Alden Robinson aunque, aquí, desempeña un papel totalmente secundario.


Aquejado de un cáncer de piel, Poitier se retiró de toda actividad pública en sus últimos años, pero su estela y su escuela han sido ejemplo para actores tan sobresalientes como Denzel Washington (un punto más agresivo que Poitier). En cualquier caso, Sidney Poitier se encargó de dinamitar unos cuantos prejuicios haciendo saltar por los aires algunas cosas que se daban por supuestas, no sólo por la clase de trabajos que se atrevió a realizar, sino también por el éxito al que llegó en su propia vida considerando que fue uno de los mejores actores de su generación.


César Bardés

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