Fashion mantis (La casa Gucci) - Berenjena Company

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27 nov 2021

Fashion mantis (La casa Gucci)



Una de las especies más peligrosas de la Tierra es aquella que sale de la nada para tenerlo todo. Sin formación, sin elegancia, sin ninguna pauta de comportamiento propio de las altas esferas, influye en las decisiones ajenas, urde tramas para aglutinar todo el poder posible, se comporta como una provinciana y tiene modos y maneras en las que se puede notar cómo desprende el olor seco del sudor más rancio. No admite intrusos. Rechaza cualquier alteración de su impostada rutina. Mata cuando no tiene nada que perder.


Patrizia Reggiani fue una representante destacada de ese tipo de especie. Supo esperar su momento bajando de las estrellas a su príncipe encantado para, luego, empujarle hacia arriba sin medida. Maurizio Gucci, al fin y al cabo, era un tipo sin demasiada personalidad, temeroso de recibir una herencia que, en el fondo, sabía que no podría manejar. Y una vez que se recibía un apellido tan legendario dentro del mundo de la alta costura, sólo se podía participar en conspiraciones, jugadas ejecutadas con la sutilidad ausente, por pura ambición, para satisfacer esa rabia que parecen tener todos aquellos que, de repente, tienen las manos llenas mientras el corazón se pudre.


Y así, una vez más, Ridley Scott nos sirve el Falcon Crest de la moda. Un culebrón de casi tres horas que se podría convertir fácilmente en serie de los ochenta con sus intrigas, sus competiciones de maldad, sus personajes con la correspondiente parcela de protagonismo, sus certezas de que, cuando hay dinero a espuertas, sólo queda la traición. El resultado es una película mediocre, que comienza con un festival de Lady Gaga y termina con un retrato cobarde por parte del director hacia esa fashion mantis que era la Reggiani. No sea que el feminismo se enfade porque la mala más mala de la función, por esta vez, es una mujer.


No cabe duda de que los mejores momentos están a cargo de Al Pacino en la piel de Aldo Gucci, tío de Maurizio, aunque la edad ya puede con los mejores y, en algunos momentos, da la impresión de que quiere acudir a sus gestos tan conocidos y ya no sabe cómo hacerlos. Aún así, Pacino tiene momentos de fortaleza, de evidente sabiduría. Al igual que Jeremy Irons en la piel del patriarca Gucci. Por el contrario, Jared Leto, una vez más, desperdicia su oportunidad de perderse detrás de un rostro que no es el suyo para ofrecer otra interpretación pasada de rosca, buena en miradas, horrible con sus tontas y ridículas inflexiones de voz. Adam Driver se esfuerza por darle algo de carne a Maurizio Gucci con su sonrisa tonta y algo floja de personalidad. Mientras tanto, sin dejar de servir carnaza, Scott nos hace un repaso por el lujo de palacios, villas invernales, Lamborghinis, polos de inusitada elegancia, bolsos de la marca y desfiles de música machacona. Si hace cuarenta años nos dicen que el director que fue capaz de hacer películas como Blade Runner, Alien, Los duelistas o, incluso, La sombra del testigo iba a dirigir algo como esto, hubiéramos llamado loco al incauto que afirmase tal cosa. 


Y es que, en algunos momentos, no deja de haber cierto ridículo en la puesta en escena y, a la vez, una aceptable pericia en la dirección, huyendo de esos ambientes neblinosos y propios del video-clip a los que tan acostumbrados nos tiene Scott. Todo sea para ofrecernos un retrato indulgente acerca de una mujer que, según él, estaba tan enamorada de su marido que no soportaba perderle en aras de mantener todo un imperio. Y ahora, compren los modelitos.


César Bardés

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