Las cuatro copitas que hace un rato bebí (Otra ronda) - Berenjena Company

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10 abr 2021

Las cuatro copitas que hace un rato bebí (Otra ronda)



A veces,  la vida parece atascarse sin solución. Ya lo que uno habla empieza a no interesar a nadie. Tu mujer ya no reconoce al hombre, en teoría, maravilloso con el que se casó. Nada tiene gracia, ni demasiado sentido. Sin embargo, una noche, con la excusa de probar una absurda teoría psicológica, parece que es una buena idea tomarse cuatro copitas para encender la mecha de lo ingenioso. De repente, las clases de estos profesores que han llegado al acuerdo de beber a la manera de Hemingway, son más divertidas, más originales y consiguen la imposible atención de sus alumnos.


El acuerdo incluye el achisparse, no emborracharse y hay que hacerlo en horas de trabajo. Ya se sabe, disfrazando el vodka de botella de agua o de termo de café. Un reconstituyente poderoso para que, de improviso, sea interesante hablar sobre Churchill, o sobre Kierkegaard, o para que los chavales tengan un lazo efectivo y afectivo en los entrenamientos de fútbol. Sin embargo, no hace falta ser muy inteligente para saber que eso es jugar con fuego porque, como dice la canción, “las cuatro copitas que hace un rato bebí, me van a marear”.


Y ningún experimento se queda en el objetivo marcado. Siempre se intenta ir un poco más allá para saber cuáles son las consecuencias de sobrepasar los límites de la máxima que establece la teoría. Y la devastación comienza a entrar en las vidas de estos cuatro maestros aburridos, atorados en su propia existencia, cansados de no llegar a ser ni la mitad de hombres que soñaron ser de jóvenes. Como bien dice el propio Kierkegaard: ¿Qué es la juventud? Un sueño. ¿Qué es el amor? Es el contenido del sueño”.


Así que Otra ronda se convierte, a través de la tragedia y del viaje tenebroso hacia los infiernos etílicos, en una celebración del momento, en la seguridad de que nunca hay que pensar en las metas, sino en el trayecto, en la absoluta certeza de que el provecho surge del instante y no del sueño. Thomas Vinterberg dirige con precisión, pero la película, en algún trecho, se resiente de ser demasiado reiterativa. Y, por supuesto, todo descansa sobre los hombros de Mads Mikkelsen, que presta un fascinante rostro a esa etapa de la vida en la que ya se deja atrás la juventud y comienza a abrirse la siempre deprimente madurez en forma de ese tiempo en el que ya no haces locuras, no te atreves a bailar, no te dejas arrastrar por la pasión, sólo el conformismo y la rutina se asientan con autoridad en tu vida. Tal vez, no pase nada por beber un poco de vez en cuando, pero hay que dejar que la tristeza se vaya de otra manera.


Demasiadas frustraciones subyacen dentro de esa vida tan exquisitamente cómoda y ordenada que parecen tener las sociedades nórdicas. Debajo de esa apariencia confortable, se hallan sueños no realizados, puntos de fuga continuos, perplejidad ante una existencia aburrida y desechable. El silencio se adueña de esos rostros que luchan con denuedo para esconder todos sus sentimientos y, en este caso, Dinamarca es casi una cuba escondida que conserva todos sus defectos en alcohol para evitar su deterioro. Por eso, es preferible echarse cuatro copitas al coleto y dejar que la estupidez de un momento que se escapa ahogue el gozo del instante que hay que agarrar. Para algunos, será demasiado tarde para echarse atrás. El ridículo también acecha. Y también lo patético reclama unos cubitos de hielo en el vaso. Más vale sentirse satisfecho por lo que se ha conseguido que fracasado por lo que fue una decepción.


César Bardés

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