Procedente del mundo comercial, Parker quiso pasar de los anuncios a los largometrajes a través de una visión, no del todo entonada, del mundo de los gángsters bajo la visión infantil en Bugsy Malone, con Scott Baio y una Jodie Foster recién salida de Taxi Driver. A pesar de las buenas intenciones, no fue una buena película, demasiado caída hacia el juego, con ametralladoras de las que salían tortas de nata en un un entorno inusitadamente realista, sin demasiada historia y deteniéndose más en lo pintoresco de la propuesta que en la misma narración. Sin embargo, fue un título que dio a conocer a Alan Parker y, dos años después, con un guión de Oliver Stone, con el que mantuvo notables diferencias a lo largo de toda su carrera, Parker realiza uno de los mayores éxitos de taquilla de los años setenta con El expreso de medianoche, la historia de un joven encarcelado en una prisión turca por posesión de drogas y que paga más de la cuenta en la factura, se convierte en la descripción de un mundo de pesadilla, casi irreal, con monstruos con uniforme de policía, cadáveres andantes que dan lecciones de sabiduría y unas incontrovertibles ansias de libertad en medio de la, ya muy pasada de moda, banda sonora de Giorgio Moroder. La película se mantuvo en Madrid en cartel durante tres años completos en el mismo cine y fue un título señero para el público juvenil de la época.
Con el éxito a cuestas y, buen conocedor del ritmo musical, Parker se embarca en la realización de Fama, un retrato de una escuela de artes interpretativas en pleno corazón de Nueva York a través de sus alumnos. Perjudicada porque se estrenó tres meses después de All that jazz, de Bob Fosse, con la que salía perdiendo en todas las comparaciones, tuvo sus grandes bazas en las canciones compuestas por Michael y Christopher Gore y en ese espíritu rebelde de esos jóvenes que tratan de cambiar el mundo cuando están aprendiendo a sacar la cabeza en el siempre difícil mundo de los escenarios. Dio lugar a una serie, de obligada visión en aquellos años ochenta, mucho más famosa que la propia película. Algo, por otra parte, bastante injusto.
Rebaja el registro con un drama extraordinario y muy poco conocido, Después del amor, con Albert Finney y Diane Keaton realizando unas delicadas interpretaciones y poniendo en juego todo un muestrario de sentimientos y de reacciones humanas que resultan abrumadoramente cercanas y comprensibles. Una película que ha quedado lastimosamente olvidada y que nos descubre a un Alan Parker lleno de sensibilidad y buen gusto.
Con el riesgo por bandera, realiza El muro, con Bob Geldof dando sueño y alucinación a ese cantante que, dentro de una habitación de hotel, confunde la pesadilla y la realidad en forma de unos sorprendentes dibujos animados mientras, de fondo, suena el afamado álbum de Pink Floyd del mismo título. Atípica, perpleja, absolutamente profunda en algunos de sus mensajes, quizá sea el mejor videoclip jamás filmado, con sus dos horas de metraje y la seguridad de que, a cada fotograma, uno se va adentrando en el abismo de la personalidad de un hombre que, en el fondo, no es más que un niño aterrorizado por sus propios miedos.
Cambió de registro totalmente con una historia totalmente diferente. Birdy, con Nicolas Cage y Matthew Modine y con una excelente banda sonora de Peter Gabriel, nos pone en juego la historia de una obsesión derivada de un trauma de guerra que se va transformando, de forma sutil y emocionante, en una trama sobre la amistad y hasta dónde se puede llegar con tal de arrancar a alguien a quien se quiere de ese ensimismamiento de rama de árbol en el que está sumergido. Una excelente película, también muy poco reconocida, que ya confirma, de manera definitiva, la habilidad de un director que era capaz de tocar cualquier género y hacerlo bien.
Sorprende tres años después con una historia que se mueve entre el cine negro y el de terror oscurantista. El corazón del ángel, con Mickey Rourke y Robert de Niro, es el descenso a los infiernos de un detective que, con tal de sobrevivir, llegó a vender su alma al diablo. Sudorosa y agobiante, con un ambiente insuperable que se mueve entre Nueva York y los suburbios de Nueva Orleans, Parker consigue una película misteriosa, con elementos de calidad impresionantes, sin dejar de lado ese tono pesadillesco que domina algunos de sus títulos. Un fantástico viaje a la oscuridad total.
Al año siguiente, realiza la que es, posiblemente, la mejor película de toda su carrera. Arde Mississippi, con Gene Hackman y Willem Dafoe, pone sobre el tablero el racismo violento y explícito del sur de los Estados Unidos, pero, a la vez, también ese racismo aprendido como algo normal, como un aditivo más en el rutinario crecimiento de cualquiera que se haya criado en el estado más racista de América. Hackman realiza toda una creación como el agente del FBI Rupert Anderson, natural de uno de esos lugares, que conoce cómo se forma el odio y cómo hay que combatirlo porque, tal vez, no hay otra manera que usar el terror como arma.
Obtiene un sonoro fracaso con Bienvenidos al paraíso, con Dennis Quaid en el papel principal, una denuncia en toda regla sobre los japoneses internados en campo de concentración en los Estados Unidos al estallar la Segunda Guerra Mundial. No consigue ni atrapar, ni convencer, pero se resarce yéndose a rodar a Irlanda ese maravilloso musical de grupo que es The Commitments, la historia de un grupo que se deshace antes de triunfar porque la vanidad, mal que nos pese, habita en todos los seres humanos. Incluso en aquellos que han perdido la conciencia de dónde vienen y quiénes fueron.
No deja de ser divertida una película como El balneario de Battle Creek, una comedia con toques de loca, sobre el doctor Kellog, inventor de los célebres cereales, que creyó que la solución para cualquier mal estribaba en una sana y regeneradora lavativa. Sin llegar a ser una gran película, la película tiene momentos de buena comedia de situación, con un Anthony Hopkins en un registro muy poco usual, acompañado de Matthew Broderick y unas esplendorosas Bridget Fonda y Lara Flynn Boyle.
Después de haber pasado por las manos de Oliver Stone, llega hasta él la posibilidad de hacer Evita, con un reparto que incluía a Madonna, Antonio Banderas y Jonathan Pryce. La primera reacción de Parker fue desechar todo lo que Stone había escrito antes con una arriesgada decisión como fue la de quitar el personaje del Che, quizá el más atractivo de la obra original de Andrew Lloyd Webber y Tim Rice, y sustituirlo por un narrador que va asumiendo distintas personalidades. Luego, hubo un cierto acercamiento a Stone y recuperó algunas cosas después de hablar con él, a la vez que firmaron una aceptable cordialidad entre ambos. El resultado fue un espléndido musical, que dinamizaba con imaginación la puesta en escena teatral, con escenas realmente impresionantes y con un Antonio Banderas realmente grande, aunque éste sea un adjetivo que, por lo general, le suele venir también bastante holgado.
Las cenizas de Ángela fue la adaptación de un best-seller de moda que, quizá, tuvo más éxito por venir del material en que se basaba que por la película en sí misma. Tanto la crítica como el público salían demasiado dubitativos como para emitir un veredicto claro sobre ella. El fracaso de su siguiente película, La vida de David Gale, bastante inmerecido, con un Kevin Spacey gigantesco, enterró la posibilidad de que Alan Parker volviera a ponerse detrás de las cámaras durante los últimos diecisiete años.
Se nos ha ido un director de mucha clase. Algunas de sus películas quizá han envejecido con dificultad, pero aún se conservan bien un puñado de ellas que hacen que nos demos cuenta del maravilloso trabajo que hizo detrás de las cámaras. Con agilidad, con fuerza, con decisión, sin titubeos, con la fuerza del corazón de un ángel, con la convicción de que un territorio puede arder con el fuego del odio más enraizado. Toda una generación creció con él, con su fama y sus mitos, con sus obsesiones expuestas, con todo un mundo de sensaciones y sueños de pesadilla que, a menudo, quisimos que no terminara nunca.
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