El amanecer del hombre y el infinito (2001: Una odisea en el espacio) - Berenjena Company

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28 jun 2020

El amanecer del hombre y el infinito (2001: Una odisea en el espacio)


La luz del alba se filtra a través de los ojos del jaguar en un mundo desolado. El horizonte se abre, incógnito e inacabable, esperando la sangre de la supervivencia. Y entre todas las criaturas, algunas que ya han desarrollado miradas de hombres y aún se arrastran tratando de conservar un charco de agua que significa que el día se ha ganado. Un hueso golpeado y nace el primer arma. El espacio espera en su largo e interminable vals de orden cósmico en el que el hombre tendrá que desempeñar un papel tan importante que ya no habrá Dios, ni habrá hombre. Sólo habrá conocimiento.

Y en ese conocimiento entra la inteligencia artificial que ya ha comenzado a desarrollar emociones. El miedo a la muerte ya no es un patrimonio exclusivo de la Humanidad, sino que también lo es de la tecnología, de la reacción puramente lógica al problema de la supervivencia. Polifemo atrapando a Ulises allí donde el mar es tan inmenso que el infinito llega a ser pequeño. Más allá de la última frontera, puede que se halle el superhombre, puede que la vida y la muerte sólo sean conceptos inherentes a la existencia que sean fácilmente dominados por la eternidad. Y el ser humano estará allí para verlo, conquistarlo y, naturalmente, matar.

Los colores se deslizan por la mirada como un ciclorama de luz sin fin. Las decisiones siempre tienen determinadas consecuencias y toda la existencia se integra en algo que parece un pedazo de granito liso y perfecto que es ese elemento que da forma al raciocinio. Y ese mismo raciocinio llega hasta los confines del universo porque no hay misterios que el hombre no se atreva a conquistar. En todo se busca una razón. En todo se halla una respuesta. Así habló Zaratustra.

Hoy, diecinueve años después de la odisea que imaginó Kubrick, volvemos al cine en un futuro distópico y rupturista que hace que HAL 9000 parezca una criatura mitológica y que el hombre, en su eterna búsqueda y en su sed de poder, se pasee por el mismo borde de la derrota. Quizá, el niño burbuja nos esté ya observando desde algún lugar del espacio y haya puesto ya en marcha su plan para el resto de la eternidad. Los mortales seremos astronautas que no nos guardamos de tapar nuestra boca y tendremos que salir al abismo para dejar demasiadas puertas cerradas por detrás de nosotros. El vacío es aún mayor del que pensábamos y la fragilidad de esas minúsculas motas de polvo que somos en la inmensidad del universo se hace aún más evidente, más amenazante y, también, mensajera de un principio que, por fuerza, debe ser mejor.

En 1968, año en el que se realizó 2001: Una odisea en el espacio no sabíamos que tanta inteligencia fuera posible a través de una cámara de cine. Fue ayer mismo cuando lanzamos el hueso al aire, presos de la ira y de la sensación de superioridad, y estamos justo en ese punto en el que estamos esperando el mañana, a punto de descubrir todas las verdades, de practicar todos los engaños, de encarar el destino de una raza que empezó por defender la exclusividad de un charco de agua y que aún no ha terminado de hacerlo. Somos monos. Bailarines imperfectos de la creación perfecta de un supuesto orden universal y aún tenemos que encontrar el monolito que nos permita explorar el siguiente paso de nuestra evolución. La respuesta está mucho más allá de las estrellas. Y tendremos que ser capaces de reconocerla.



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