La crisis de alrededor (Día de lluvia en Nueva York) - Berenjena Company

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13 oct 2019

La crisis de alrededor (Día de lluvia en Nueva York)


A veces, el destino sonríe, parece que te ofrece unas horas de asueto en medio de la rutina. Y entonces sueñas con compartir unos ratos que se pueden antojar inolvidables con la chica a la que quieres. Al fin y al cabo, te encanta su sonrisa, su ingenuidad, su entusiasmo contagioso, sus ojos azules… Tal vez representa un poco el lado luminoso de tu vida que, con cierto peligro, coquetea sin ambages con el abismo. Más que nada porque, si no, esa vida es un cúmulo de aburrimientos. Los estudios, la asistencia a fiestas donde todo el mundo dice las mismas obviedades y distintas pedanterías, la normalidad aceptada como meta. Todo eso está muy bien, pero hay que romperlo de vez en cuando.

Y lo que creías que era una sonrisa del destino se convierte en una burla cruel porque esos momentos que habías soñado se transforman en pesadillas inalcanzables, frustraciones insuperables, tiempo perdido tratando de encontrar unos minutos de felicidad. En ese viaje hacia la nada, y de paso que tratas de encontrar un rumbo, te topas con la crisis de alrededor. Todo el mundo está en crisis. El director, el guionista en su matrimonio, el galán conquistador, la chica del beso, la meretriz de las copas e, incluso, tu propia madre. Todo parece girar en torno a un caos que no se termina de comprender por una sencilla razón. No es el mundo el que está en crisis. No es tu alrededor el que busca razones para salir adelante. Eres tú.

Así que en ese universo de cultura fingida, de pintorescos encuentros y de errantes y homéricas idas y venidas, las nubes muestran con prístina claridad que hay que cambiarlo todo para encontrarse a uno mismo y estar satisfecho. Quizá la respuesta esté en el fondo de una copa de vino, o en una risa insoportable, que también las hay. O en una melodía susurrada al piano hablando de pérdidas y derrotas que pudieron ser gloriosas victorias. El momento es lo que importa y tal vez el tiempo tenga la clave.

Woody Allen vuelve para ofrecernos por enésima vez la misma historia de siempre. Y, por enésima vez, funciona de nuevo. Nos lleva de la mano, quizá con un punto más de parsimonia, por Nueva York y nos demuestra que en ese corazón de octogenario también hay frustraciones y anhelos aunque se empeñe en dar una imagen de viejo pesimista. Ojalá nunca deje de hacer películas porque, aunque nos cuente lo mismo una y otra vez, nos otorga una lección de vida, un minuto de esperanza a la salida, unos cuantos ratos de cálida belleza y unos acordes que ofrecen la posibilidad de que todo esté bien encajado en nuestras vidas. No es la mejor película de Allen, pero es tan buena como ligera, tan verdadera como agradable y tan deliciosa como encantadora. No, que Woody Allen no deje nunca de hacer películas.

La lluvia cae para ser testigo de los bajones de nuestra propia naturaleza, como días de otoño que se acuestan en nuestra piel para levantarse bajo la protección de nuestro calor. La indecisión y el error forman parte de la naturaleza humana hasta tal punto que se podría decir que son cualidades inherentes al hombre y a la mujer. Y, sin embargo, seguro que hay algún secreto que nunca ha sido desvelado y que, al salir a la luz, regala todo el sentido a este amontonamiento de ruido y furia que nos asola y nos aturde. Ojalá todos tuviéramos la mirada clara para ser capaces de mirar al cielo y disfrutar de la nada de un techo infinito vestido de blanco. Puede que ahí, nuestra mente imite al exterior y podamos ver con claridad cuál es el camino que debemos tomar. Como si fuera tan fácil.                                                                             

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