Puede que llegue un momento en que el hombre necesite poseer la certeza de que no está solo en el universo para permitirse el lujo de seguir adelante. Y, sin embargo, las respuestas no están allí, en el espacio exterior, sino en el mismo interior del ser humano. La frialdad, la impasibilidad y la calma absoluta, no son sino máscaras con las que disfrazar las emociones, viejos trucos para mantener al corazón quieto. Y, tal vez, haya que ir a buscar el principio de todo al confín más apartado del sistema solar para comenzar a sentir que es necesaria la convivencia, la paz y la vida misma.
Y, para ello, es posible que haya que mirar hacia donde no hay nada y ver lo que se tiene delante. Somos todo lo que tenemos y las soluciones deben venir de nuestra condición de seres falibles, volubles y necesitados. Tratar de hallar vida más allá del corazón de las estrellas también puede ser una fábula que lleve demasiado tiempo, algo que no es que precisamente nos sobre. El terror está ahí, al otro lado de cualquier compuerta, porque el ser humano camina peligrosamente hacia la distopía, hacia la propia conciencia de que se está llegando al límite y al fatal dibujo de nuestra tristeza en los rostros.
A medias entre Ray Bradbury y Joseph Conrad, habrá que encaminarse allí donde no hay fronteras, donde no podremos manchar con nuestras actitudes el noble deseo de ir más allá, sin necesidad de tontas ambiciones, sin parálisis provocadas por el miedo, sin trampas para acudir a la presencia de la perfección. El espacio, como el océano, es un medio hostil, abrumadoramente silencioso, terroríficamente tentador, tremendamente poderoso y, a la vez, vulnerable. Sólo hay que comprobar que permite que minúsculas motas de polvo viajen por sus rincones estelares, hasta llegar a la locura, a la búsqueda sin recompensa, al deseo de sonreír mientras formulamos el convencimiento de que no estamos solos en este inmenso desierto de cielo y luz.
James Gray dirige con cierto pulso, alejado de la acción, a un Brad Pitt que, de nuevo, se halla en estado de arte. Por su rostro caminan nuestros pensamientos y sabemos y probamos su sangre fría, su dolor encerrado, su descubrimiento decepcionante, su terror de asimilación. Él es la razón principal por la que hay que ver esta película, añadiendo una espléndida música adicional de Lorne Balfe que pone el clima a escenas en las que arqueamos las cejas intentando navegar por el espacio de nuestro raciocinio sin llegar al acoplamiento total. El inteligente guión sabe colocar las escenas más interesantes a lo largo de la historia para no caer en lo contemplativo y, de vez en cuando, hay que pasar una evaluación psicológica para no perder el rumbo en medio del manto oscuro del cosmos. Sí, es hora de soltarnos y tener conciencia de todo lo bueno que podemos aportar.
Es el momento de alunizar con toallitas gratis mientras se paga una fortuna por una almohada y una manta, de comprender que no importa cuán lejos llegue la colonización porque será un fracaso, de llorar cuando nos encontramos cara a cara con el principio, de flotar sin control cuando ya se ha perdido todo y de volver a levantarse para encontrar todos los sentidos, todas las luchas y todas las esperanzas.
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