Los límites del silencio (La noche de doce años) - Berenjena Company

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26 nov 2018

Los límites del silencio (La noche de doce años)


Si un ser humano no puede comunicarse, la mente busca el escape con ahínco. Se empezará un proceso de inspección de las paredes que le rodean, estudiando texturas, porosidades e imperfecciones, comprobando si las paredes son de cemento encalado o con un horrible gotelé de color rojo. Más tarde se medirá el cubículo con pasos. Los días son largos, pero eso no es lo peor. Es la terrible certeza de que el día siguiente será exactamente igual. Con sus horas monótonas y gemelas. Con la mirada buscando resquicios donde entretenerse. Con el pensamiento disparado en todas direcciones.

Más tarde, en un intento de distracción que supera con mucho al deseo de forma física, se realizarán ejercicios. Así, tal vez, la mente dejará de funcionar y sólo habrá cansancio. Además tiene una ventaja añadida y es la de poder dormir en un estado que vaya un poco más allá que el de la duermevela. Sin embargo, nada es suficiente cuando los días siguen y siguen. Presentando sus eternos minutos sumidos en el silencio. Sin nada que ofrecer. Sin nada que obtener. El pensamiento y el recuerdo se confunden peligrosamente y ya no se sabe qué es uno y qué es otro. Se cierran los ojos y la oscuridad tampoco ofrece nada más que eso. Negrura. Soledad. Nada.

La tortura abre sus variantes. Sin luz. Con mucha luz. Sin espacio. Con espacio, pero con límites. Sin palabras. Siempre sin palabras. Tan sólo la imaginación y el deseo de superarse a sí mismo pueden conducir a una precaria comunicación en la que hay que establecer el código, aprendérselo, descifrar, emitir mensajes. Así, hasta el mugriento papel de periódico de una letrina llega a ser una ventana de libertad después de un surrealista intento de atender las mismas necesidades humanas. La crueldad no entiende de razones. La libertad las busca constantemente.

Quizá, cuando esas situaciones se presentan en regímenes injustos de opresión y muerte, sólo triunfa quien resiste. De eso se trata. De resistir la nostalgia, de aguantar el deseo de gritar, de leer, de respirar, de tener. De agarrar a los pensamientos del cuello y no soltarlos para que no se desboquen dentro de la imaginación. El delirio está ahí mismo, agazapado tras los asideros, y no es fácil sobrevivir en el aislacionismo. Es hora de dar una lección de vida para poder sentir que la democracia es real, que no hay nada más poderoso que un hombre o una mujer que resiste, que lucha y que se rebela. E incluso la noche de doce años puede ser derrotada.

No se ahorra sufrimiento en esta película que angustia en sus silencios y que va más allá de sus límites, buscando nuevas fronteras de razón y verdad. Excelente el trabajo de los tres protagonistas, Antonio de la Torre, Chino Darín y Alfonso Tort, dando forma al día que trata de aniquilar el espíritu de sus personajes. Las paredes siguen ahí, con sus enormes ojos abiertos, tratando de hacer que la mirada huya y el ánimo muera. Y el ansia de libertad es tan grande que da igual hacer de Cyrano, intentar una fórmula para ganar con mayor facilidad en la ruleta o celebrar un gol entre el Nacional de Montevideo y el Estudiantes de la Plata. La voz quiere salir, aunque sea a través de los nudillos y la vida se resiste a marcharse. El sol saluda todos los días y su cálida caricia es un regalo para los sentidos. Eso es lo que se percibe más allá de los límites del silencio.                                                                       
César Bardés

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