Frances McDormand está estupenda en Tres anuncios en las afueras. Siempre lo está. Actriz solvente, quizá de no muchos registros, pero que sabe imponer cierto poderío sobre los demás cuando está actuando. Eso la hace casi única en su especie. Es esa mirada, ese caminar, esa forma de escupir las líneas de guión. Ya solo por ella, la última película de Martin McDonagh merece la pena.
Pero Tres anuncios en las afueras tiene más alicientes. Para continuar con la parte actoral, a la McDormand la secundan Woody Harrelson, Peter Dinklage y especialmente un Sam Rockwell capaz de hacer con su personaje un acto de prestidigitación. Hacer que cambie de registro de una escena a otra, pero que resulte absolutamente natural. Asco y pena, indignación y compasión. Todo en pocos minutos. Un personaje de muchas facetas que ha sido uno de los grandes aciertos de esta cinta.
Tres anuncios en las afueras es una película sencilla, con un inicio de historia amarga. Por el camino, se nos van intercalando perlas de humor seco, directo mientras que la mano del director y el pulso de los actores no deje que cale en el espectador la bonhomía de unos personajes a los que el destino tiene reservadas varias sorpresas. No es complaciente esta película con un espectador conformista. Cuando nos acostumbramos a un planteamiento, de buenas a primeras, se nos cambia el punto de vista y tenemos que resetear toda la información para que podamos poner en orden nuestros pensamientos. La película juega así con el espectador hasta su escena final que bien pensado, es la menos esperada pero también la más realista.
Y mientras tanto, como la vida misma, tenemos el drama de una madre, de una familia desestructurada por la tragedia (ese padre interpretado por John Hawkes es posiblemente el personaje más desaprovechado de la función) que mediante una simple acción prende la mecha de la incomodidad en una pequeña comunidad. Es un mero pretexto para que analicemos el carácter humano. ¿Para qué sirve la compasión? Probablemente, nos sea más útil la convicción de llevar a cabo nuestros actos hasta el final sin pensar en las consecuencias.
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