La luna pervierte sentidos y sentimientos. Su luz reflejada nos alumbra en tiempos de zozobra y su misterio forma parte de la misma esencia del ser humano. Nos apasiona, nos seduce, nos condiciona. Seguimos sus evoluciones, nos chiflan sus eclipses y sus fenómenos extraños como cuando se convierte en esa luna de sangre que los habitantes de antaño creían presagio de desgracias. Pero hoy nos hemos vuelto un tanto deshumanizados y las desgracias vienen (a veces) de la mano de esos inventos infernales que todos usamos a diario: redes sociales, aplicaciones móviles, chats... El homo sapiens reducido a su mínima expresión: el homo movilis.
Unos amigos quedan para cenar y para hacer más atractiva la velada deciden leer todo lo que pase por sus móviles esa noche. Y claro, comienzan a ponerse en evidencia uno tras otros. Las vergüenzas quedan expuestas, los engaños fluyen, la mentira campa a sus anchas. El amor se queda en resquemor. Todo se rompe. Esa es la última propuesta de Álex de la Iglesia como director. Partiendo de la base de la película italiana Perfetti sconosciuti, de la que esta es remake, el director vasco apoyado en un vibrante guión escrito a medias con Jorge Gerricaechevarría, orquesta una función nada estomagante, alejada de excesos y muy centrada en diseccionar el comportamiento humano, ese modo de actuar que hace que un simple desencadene una concatenación de acontecimientos que no estaban previstos. La película se sustenta sobre sus siete intérpretes principales -menudo ramillete en torno a este proyecto-, que descargan toda su visceralidad con una facilidad pasmosa. Eso sí, el guión otorga el perfecto equilibrio a las actuaciones, por cuanto los lleva por un sendero bien calculado y que no invita a las prisas a la hora de resolver el conflicto. Eso es lo que más valoramos de una propuesta, la segunda de Álex de la Iglesia en 2017 tras El bar, que no es nada complaciente con el público puesto que lo somete a un juego de espejos en el que prácticamente todos salimos perdiendo.
El clima que se respira en la acción se va volviendo cada vez más enrarecido, las situaciones se van tensando, las caras van cambiando, los personajes nos van cayendo cada vez peor (aunque desde el principio ninguno es para amarlo) y la mala baba y la bilis van drenando hasta llegar a un clímax en el que la luna roja avizora cual deus ex machina los devaneos de unos personajes que llegan al límite. Es ahí donde el guión y la dirección nos dejan en un cliffhanger ante el que se abren varias alternativas. Álex de la Iglesia lo resuelve explorando una vía en la que los personajes quedan expuestos a sus miedos, en la que tienen que tomar decisiones como por ejemplo la de saber si quieren quedar como amigos o como los perfectos desconocidos puede llegar a ofrecernos este mundo tan excesivamente tecnificado. Pero tenemos algo por lo que alegrarnos. Esta película ha hecho que muchos se reconcilien con un Álex de la Iglesia que se aleja de propuestas más barrocas para convertirse en uno de los mejores directores de actores del cine español (algo que ya sabíamos pero que aquí afianzamos). Y ahí, la luna de sangre no tiene nada que ver.
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