Fiódor Dostoyevski escribió en 1880 Los hermanos Karamazov. Dentro de su capítulo cinco, se El gran inquisidor, texto en el que se basa Juan Carlos Malpelli para con la rigorista y vívida interpretación de Gregor Acuña, mostrar al público qué sucedería si Jesús apareciera en nuestros días (en los suyos que son los nuestros, pues poco ha cambiado la cosa) y hablara a las gentes. Como es de suponer, Jesús crea expectación y suscita interrogantes entre el populacho. ¿Es peligroso para una Iglesia transformada, alejada de presupuestos cristianos originales, mercantilizada en grado sumo? La respuesta es afirmativa. Por eso, el gran inquisidor decide encarcelar a Jesús y preguntarle las razones de su vuelta. Y se reprocha al Hijo de Dios su vuelta por inoportuna y su legado a los hombres por erróneo. Les dio la capacidad del libre albedrío, pero si tienen capacidad de pensar, pueden ser críticos. No, no puede ser. Jesús es un estorbo, es un error. Cristo debe ser expulsado del Edén creado por la Iglesia.
Con la cripta de la Iglesia de San Juan Bautista como escenario de excepción, Malpelli en la dirección y Acuña en la interpretación acometen el texto de Dostoyevski con el cuchillo entre los dientes, huyendo de absolutismos, buscando las verdades, planteando debates necesarios y actualizando un texto que ya de por sí tiene plena vigencia. Interpretación llena de matices y plena de sentido la de Gregor Acuña, que interioriza un personaje difícil, el del inquisidor, tratando de comprender unas razones que para el creyente se alejan de todo dogma de fe. El actor entiende las motivaciones de un personaje que ve peligrar el statu quo y decide acabar con su interlocutor. Y para acabar con la amenaza, se convierte en amenaza. Vitupera y zahiere a un Jesús que pone la otra mejilla aunque eso ya no esté de moda en la Iglesia. Trata de ocultar los muchos vicios y ensalzar las escasas virtudes de un proyecto de religión que no es el esgrimido por Jesús. Pero hay momento para la redención del personaje del inquisidor. Gregor Acuña alcanza un momento de extrema delicadeza en el instante en que Jesús besa a su personaje. Gestos delicados, ternura, pasión, cierto toque de lascivia y deseo... pero no, al final no hay redención posible para quien pone las reglas. El disidente debe marchar. Debemos olvidar al Mesías. Ahora ya es uno de tantos pero ¿no puede darse el caso de que en la espera de tantos salvadores se haya olvidado al único que podía y pudo salvarles?
Foto: @zuhmalheur
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